Esperanza de la política
Aquí miro alrededor y, en general, veo discursos que apenas levantan un palmo del suelo. Afirmaciones vacías, que no soportan su inversión en negativo porque perderían todo sentido (vamos a crear empleo, o no vamos a consentir la corrupción, cuando nadie diría lo contrario); noticias nimias, que importan sobre todo al interés del político que las genera o de su entorno próximo y que, sin embargo, merecen la respuesta inmediata de los demás partidos y la glosa multicopiada en columnas periodísticas, según el color, durante días, hasta que las afirmaciones, las respuestas y los comentarios se funden en un magma que fluye y mantiene a todos -protagonistas, comunicadores y su público- atentos como si se tratara de uno de aquellos interminables seriales radiofónicos que algunos conocimos en nuestra juventud. Parecen vivir de ello.
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En estos momentos de crisis, es improbable que la inercia de nuestros viejos modos de gobierno nos lleve a buen puerto. Sería deseable que, precisamente ahora, a la política fueran los mejores. Pero como eso no parece posible en ningún lugar del mundo, que al menos todos nos ocupemos de la Política, con mayúsculas, para un pensamiento más lúcido y una exigencia más firme hacia quienes la ejercen bajo nuestro mandato. Norberto Bobbio, gran jurista y hombre sabio, decía en 1989: “Respecto a las grandes aspiraciones de los hombres de buena voluntad, vamos ya con demasiado retraso. Tratemos de no aumentarlo con nuestra desconfianza, nuestra indolencia, nuestro escepticismo. No tenemos mucho tiempo que perder”. Hoy, veinte años después y dramáticos cambios en el último minuto, los ciudadanos seguimos siendo la gran esperanza de la política.