Recuerdo el shock que me produjo TVE, hace muchos, muchos años, quizá en tiempos de Fraga. No sé cómo se le pudo colar al medio público más poderoso que existía, en programa de máxima audiencia. El caso es que apareció en pantalla Paco Ibáñez cantando:

Andaluces de Jaén…
…aceituneros altivos…
…decidme en el alma de quién…
…de quién son esos olivos…

El próximo domingo iremos a votar a los que gobernarán nuestros ayuntamientos, entre ellos el de Barcelona. Parece que la única duda es si seguirá Jordi Hereu (PSC) o, quizá más probable, si entrará Xavier Trías (CiU) para ocupar la alcaldía. En ambos caso, con la ayuda de algunos adyacentes. Tanto en un caso como en otro, con la endémica participación electoral propia de esta geografía.

Al mismo tiempo, por diferentes ciudades españolas aparecen movimientos en los que se pone en cuestión, entre otras cosas, la salud de nuestro sistema democrático, la legitimidad de nuestro sistema de representación. Estos enunciados guardan entre sí fuerte relación. En efecto, la baja participación indica desapego por la participación política, y principalmente, por los políticos. De hecho, bastante más que desapego, hasta el punto de que en el sentir de las gentes ocupan los primeros lugares en la lista de problemas públicos.

Estos movimientos que reivindican mayor calidad de la democracia podrían ser realmente sanos, y ¡ojalá! que así sea. Indicarían que se está acabando el tiempo del cansancio, expresado en la abstención, y se está entrando en una fase de mayor exigencia. En efecto, si los políticos se perciben como un problema, de manera colectiva y mayoritaria, algo habrán hecho. Si su comportamiento respondiera a postulados claros y a acciones consecuentes, ello no ocurriría. Tomemos, por ejemplo su remuneración; remuneración que se fijan ellos mismos para sí; más directamente aún en el caso de los municipios. La información que circula por las redes hace sentir sonrojo, cuando no rabia sorda interior y venenosa.

Si nos fijamos en lo que tenemos más a mano, que el alcalde de Barcelona, el presidente de su Diputación, el presidente de la Generalidad o el del Parlamento autonómico ganen más que el presidente del Gobierno de la nación, ¿puede digerirlo alguien? Que estas retribuciones convivan con índices de pobreza, de paro y de desesperanza social realmente preocupantes y con perspectivas demoledoras, ¿no remite al desprecio y al insulto?

Volvamos a los referentes introductorios, …de quién son esos olivos… La pregunta es ¿de quién son las instituciones?, ¿De quién es el Ayuntamiento? Ayuntamiento significa juntamiento. Juntamiento de las personas de un lugar, labor conjunta de esas personas, finalidad comunitaria de esa acción compartida, naturaleza de lo común y acción de lo común para beneficio y disfrute de la comunidad. Porque el Ayuntamiento, sin sus ciudadanos, es una entelequia, no es nada (*). Dentro de esta lógica, el Ayuntamiento debe ser un reflejo de los ciudadanos que lo componen, ya que es la personificación jurídica de esos ciudadanos. ¿Sucede eso con el Ayuntamiento de Barcelona? Desde luego no.

No, porque el respaldo electoral amplio, que dota de legitimidad a los que lo simbolizan y ejercen las funciones de gobierno, no se produce. La participación electoral en Cataluña y en Barcelona va a menos. Ocurre que la demanda ciudadana ejercida a través del voto, y de la abstención, es reinterpretada por la minoría mayoritaria que se alza con el gobierno. Esto conduce a la frustración y a mayor abstención futura, afianzando el convencimiento de que los políticos acaban haciendo lo que les conviene a ellos y no a los votantes que los aúpan. A pesar de ello, los partidos mayoritarios rechazan todas las propuestas de modificación de las reglas de representación que aproximen la proporción entre lo que se vota y lo que se hace.

Tampoco los que gobiernan, o los que previsiblemente les pueden sustituir, aceptan el principio de que el Ayuntamiento, su administración, sus organismos y las personas que hacen posible su funcionamiento, están al servicio del ciudadano (*). Una persona próxima aceptó la invitación que el actual alcalde hizo a los barceloneses para que, mediante e-mail le dirigieran sus ideas y propuestas para el gobierno municipal. Aprovechó para citarle que era votante suyo y para pedirle que también usara el castellano en sus comunicados a los ciudadanos, y personalmente a él. Nunca hubo respuesta.

Por otra condición, aún más próxima, se solicitó por teléfono al Instituto Municipal de Personas con Discapacidad que la revista periódica que enviaban lo hicieran en castellano o en bilingüe, dado que la persona discapacitada a duras penas puede leer en castellano. Hubo conversación con una secretaria, fue comprensiva, incluso confesó que, con frecuencia, otras personas le hacían la misma petición, pero que no había versión en castellano. Se pidió que hablara con su jefe para ver qué solución había. La respuesta de su responsable fue que solo se editaba en catalán y que si no la querían que se diera de baja la dirección de envío. Es obvio que, ni por asomo, estos detentadores del poder municipal comparten que el Ayuntamiento sólo debe aspirar a hacer suya la lengua de los ciudadanos (*).

¿Qué se puede esperar de Trías?, más de lo mismo, pero en lugar de con voz de progre buena persona, con voz de abuelo buena persona. Ambos pertenecen a partidos que esta cuestión la tienen cerrada y finiquitada. Ambos partidos (PSC y CiU) se han convertido en explícitos desacatadores de las leyes sentenciadas por el Tribunal Constitucional. Creo que a eso se le puede llamar insurrección o delincuencia.

Ambos partidos están sosteniendo y avalando algo más grave todavía, están suplantando los derechos de los padres a decidir sobre la educación de sus hijos, están ayudando al fracaso escolar de los alumnos catalanes y están dificultando la ayuda de los padres a sus hijos para entender lo que estudian, para hacer los deberes y para la correcta comprensión de los contenidos escolares. Esto es especialmente cierto en las clases menos favorecidas, las que engordan el fracaso escolar y las que, en consecuencia, están condenadas a un futuro laboral más precario. ¿A qué deidad las están sacrificando?

No es que me olvide de ERC o de ICV-EUiA, es que sus posibilidades de alcanzar la alcaldía de Barcelona no se contemplan; pero en su responsabilidad de la discriminación institucionalizada y de la insurrección frente a las leyes tienen el mismo peso. Que al amparo de discursos históricos tan cargados de justicia y de humanismo como son democracia, socialismo, comunismo, se perpetren estos comportamientos, la historia no lo perdonará, los acabará colocando en el capítulo de las conductas infames y vergonzosas.

Ni el Ayuntamiento ni las instituciones públicas están para condicionar la naturaleza, personalidad, creencias u opciones ideológicas de los ciudadanos. Sí están, en cambio, para ayudar en la formación de las personas, en la realización de sus vidas y en fomentar el respeto, la ayuda y el comportamiento cívico (*). Por eso los referentes del inicio, …de quién son esos olivos…, de quién son las instituciones, de quién es el Ayuntamiento. Creo que sus detentadores no han reflexionado sobre la cosa pública ni han integrado la moral que de lo público se deriva. Creo que ante esas preguntas responderían con la naturalidad del cortijero respecto de los olivos, ¡de quién van a ser, pues míos!

Corresponderá a los votantes y a los hartos de estar hartos que es hora de poner las instituciones al servicio de las personas y no al revés.

Olegario Ortega es vicepresidente de Ágora Socialista y militante de UPyD

(*) Extractos del programa electoral de UPyD para la ciudad de Barcelona

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Temas: Ayuntamiento de Barcelona, elecciones municipales, UPyD