Opinión

Bin Ladin: fuerzas especiales y fuerzas mayores

‘Lo de Bin Ladin era peccata minuta, y en verdad el triunfo que ha supuesto su eliminación palidece ante los triunfos que podrían haberse conseguido si, habiéndose desarrollado la operación en secreto, se le hubiera capturado vivo de acuerdo al plan original’

Manel Gozalbo
domingo, 8 de mayo de 2011 | 13:05

Admítase de entrada: los medios son una marabunta. Es comprensible su ansiedad por llenar el papel con noticias, o los minutos con emisión, o la pantalla con titulares y fotitos, pero por ello mismo resulta censurable su superficialidad y, aquí viene lo pésimo, su voluntad de no remontar el vuelo explicativo por encima de la gorra de béisbol que las pulgas jóvenes acostumbran a ponerse del revés. No hay que hacer distingos, el reproche es de índole universal: de la prensa llamada de referencia a la prensa amarillista, la gradación entrambos extremos y los linkers putativos de cada grado. Resultan tolerables cuando la actualidad es la tradicional colección de trivialidades políticas con los añadidos coloristas de agencia, pero en cuanto se presenta un acontecimiento extraordinario, fuera de lo común, trasluce inevitablemente su completa incompetencia. Por capricho del Dios de los Sarcamos, es justo en esas ocasiones locas cuando más repiten lo de «magníficos profesionales», muletilla que me irrita en particular. Esta semana, por supuesto, la ocasión loca la ha generado la operación contraterrorista en la que, entre otros, resultó muerto Osama Bin Ladin.

Por un cúmulo de circunstancias fortuitas, la muerte del megaterrorista alqa’idico pasó a ser el punto central en un doble cruce de coordenadas de incompatible naturaleza. Nada más concluir Obama su discurso a la nación anunciando la muerte de Bin Ladin, la prensa salió a los pasillos a exprimir a todo fulano con traje funcionarial o militar en busca de confirmaciones, detalles y exclusivas. Pero, por efecto de la niebla de la guerra, que implica que nadie salvo los directamente implicados conoce lo ocurrido, no se sabía realmente qué había sucedido en Abbottabad más allá de que Bin Ladin hubiera palmado, y se trataba de una situación muy delicada y potencialmente explosiva que aconsejaba sindéresis y circunspección. No solo había que contemporizar con Pakistán, cuya soberanía, al cabo, había sido violada; también había que proteger la futura capacidad operativa de los Navy Seals, cuya existencia y procedimientos, como cualquier otro cuerpo de las fuerzas especiales, solicitan la máxima discreción y anonimato. Para ese tipo de unidades, las únicas operaciones exitosas son las que no trascienden al público hasta pasado un tiempo —meses o años—, esas son las que ellos mismos definen como Perfect Ops, y de pronto se encontraban en mitad de un incómodo fregado de relaciones públicas, acoso de los medios y politiqueos.

Y ahora el camino de vuelta en el cruce de coordenadas: para proteger a los Seals de curiosidades malsanas y específicamente para proteger su modo de operar, sus celadas tácticas, qué tecnología emplean, el apoyo aéreo, unidades terrestres de reconocimiento, satelitales (¡¿has pinchado en el enlace?!, mal hecho, te acaban de fotografiar desde un satélite; rápido, apaga con disimulo eso que estás fumando), de inteligencia, etc., la Casa Blanca empieza a disparatar, se corrige, rectifica, añade, quita, delete-delete, hasta que de la versión inicial solo queda el recuerdo de Obama ante un micrófono diciendo que se ha hecho justicia porque han matado a Bin Ladin. Hasta la foto que se distribuyó donde se veía a Obama, a Hillary Clinton y a otros altos cargos absortos en un supuesto vídeo en tiempo real fue quincalla propagandística sin verdadero valor factual (y menos aun histórico, aunque figurará en los libros de Historia). Como es lógico, las fuentes de información directa —audio, vídeo— procedentes de los Seals en Abbottabad y de sus equipos auxiliares fueron interrumpidas en cuanto los comandos pusieron pie en el suelo. Obama no vio morir a Bin Ladin.

Los medios, pues, quedaron atrapados en una red de desinformaciones cuya razón de ser última es la peliculera seguridad nacional, pero en lugar de intentar comprender la compleja situación, penetrar en su resbaladiza naturaleza, depurarla de contradicciones y explicar a los lectores solo los hechos fidedignos por escasos que fueren, se transformaron en insaciable marabunta y publicaron sin otro criterio que el gimme more las sucesivas versiones gubernamentales, paragubernamentales y extragubernamentales, dejando al público con esa cara de idiota que se te pone en un partido de tenis a cámara rápida, cabeza de aquí p’allá. Para complicarlo todo un poco más, la versión de Pakistán tampoco ha sido precisamente monolítica. Sabían de la operación; no sabían; la autorizaron; no la autorizaron; están implicados; no están implicados; y en último término Islamabad monta su propia y contradictoria campaña de lavado de cara: en las últimas horas han arrestado a decenas de residentes en Abbottabad por supuestas conexiones con Al Qa’ida, lo que invita a pensar que hasta la semana pasada no habían prestado precisamente mucha atención.

El cacao es de órdago. Nadie sabe a qué atenerse. Empiezan las conspiranoias escolares sobre los pelanas de la CIA y Bin Ladin; otros no se creen que Bin Ladin haya existido nunca, como prueba tanta discordancia en las informaciones; otros sí creen en su existencia pero le daban por muerto hace años, y lo de ahora de Obama solo es un truco electoral de cara a 2012. Los medios, más allá de unos pocos aislados artículos refutando a los deathers, entran en la vorágine y comienzan a disparatar sobre los disparates. Llevo leídos —a saco o por encima— así como 130 artículos de prensa que cuentan y recuentan, con mayor o menor agresividad en el reproche, los cambios de versión de la Casa Blanca, y todos atribuyen el cacao a la impericia de su política comunicativa. «Obama ha malgastado el repunte de popularidad por su torpeza comunicativa», dicen a coro, constatándose, por cierto, que fuera de nuestras fronteras no hay ningún problema en sacar partido electoral del terrorismo. Ni uno solo de esos 130 artículos trata de comprender la encrucijada arriba indicada, y por tanto ni se acercan a cumplir con la responsabilidad que la prensa tendría que asumir en un momento delicado en una situación de guerra. ¿Responsabilidad? El polisílabo solo se aplica a los que están al otro lado del micro.

No me queda sino felicitar a los equipos de comunicación de la Casa Blanca, del Pentágono y del JSOC. Lo han conseguido. Este episodio destacará en el libro de oro de las maniobras de distracción mediática. Chapó.

No leeréis en ningún sitio que la Operation Geronimo ha sido una cagada. A los militares y a multitud de aficionados al arte de la guerra no hay que explicárselo. Ya lo saben. Los medios —y los políticos atertulianados— podrían haberlo sabido y haberlo razonado, si no fueran —vuelvo al principio— tan insustanciales. ¿Pero para qué engañarse? A los medios se les empina con el ruido, menuda viagra el ruido, y noticias espectaculares como la muerte de Bin Ladin causan jolgorio en unos y debates éticos falsos como billetes de 3.5 euros en otros (lo demuestra, por enésima elevado a enésima, su silencio ante esto). Dado que el primer mandamiento mediático es lucir palmito, a las noticias inveraces que ellos mismos difunden sin la menor cautela —porque nos han acostumbrado a que la noticia sea que Fulano «dice que» llueve, no si llueve o no— añaden toneladas de bocas de ganso y penosos reportajes sobre aspectos colaterales que más bien ayudan a oscurecer las circunstancias del caso.

Así, por ejemplo, los 10 ó 12 «magníficos profesionales» por barba que El País y El Mundo mantienen en sus corresponsalías de los Estados Unidos demuestran su intrepidez de gastos pagados y traje de Capitán Tan chupando una información del New York Times sobre el Seal Team 6, una información que cualquier bloguero asilvestrado de Villapardillos podría haber resumido sin moverse de la mesa camilla. ¿Tal es la penuria de medios de los dos grandes rotativos españoles que han de recurrir a maniobras chupópteras? ¿No disponen de una documentación que incluso el peatón arribafirmante ha sabido acopiar: manuales de los Seals, libros sobre operaciones anteriores, memorias de veteranos, incluso bestsellers-que-lo-revelan-todo? ¿No saben cómo operan esas unidades? Así se entiende su pobre tratamiento. Obsérvese que llevan días vendiéndonos a unos superhombres —y lo son (en los Seals no aceptan demimoores)—, elite entre elites, la versión real de Steven Seagal, Jean Claude Van Damme, Sylvester Stallone y todos esos que con dos balas matan a sesenta enemigos emboscados, pero la venta no incluye información sino polvo de estrellas. Ha cegado a los pardillos con sueldo —aka «magníficos profesionales»— y ha desorientado y desinformado al lector, al que se le hurta el hecho relevante: que estamos ante una operación contraterrorista técnicamente deficiente cuyas consecuencias a medio y largo plazo son difíciles de prever.

Oh, sí, Bin Ladin ha caído, plas plas, pero el problema es que nos hemos enterado debido a una circunstancia mal prevista por el 160th Special Operations Aviation Regiment, que es la unidad aérea especial que acompaña al Team 6 en las misiones en las que intervienen aviones o helicópteros, ya sea para penetración, cobertura o rescate. Los night stalkers son, sin duda alguna, los mejores pilotos del mundo, con un historial de proezas inigualado, acostumbrados a ir zumbando a todo gas a pocas decenas de metros de altitud, de noche y sin importar la orografía, pero en esta ocasión el clima les jugó una mala pasada. Maldito calentamiento global, mira que lo tengo dicho… El aire a ras de suelo en esa zona de Abbottabad estaba mucho más caliente de lo que habían calculado o promediado en días anteriores, y el alto muro que rodea la finca de Bin Ladin había originado un tubo vertical de aire inusualmente caliente —una zona de turbulencia— justo donde fue a estacionarse (para que los comandos se descolgaran mediante cuerdas) uno de los tres helicópteros usados en la expedición. Tal coyuntura produce con frecuencia lo que se llama un anillo turbillonario, alias el terror de los helicópteros, que se traduce en que el aparato es privado del aire de sustentación y no puede remontar el vuelo, con lo que termina desplomándose. Eso fue lo que sucedió en la Ciudad de Abbott. Un hard landing, jerga aeronáutica traducible como menuda-leche-nos-hemos-dao.

Solo por esa circunstancia nos hemos enterado tan rápido de lo ocurrido con Bin Ladin, y solo a esa circunstancia se debe el teatro posterior con decires y desdecires. Técnica y coloquialmente, un fallo. Pero por tratarse de una operación de alto impacto público, también una desgracia (sucede en cualquier otra operación y todo lo que se nos dice es que un helicóptero ha sufrido un accidente durante unas maniobras). Pero por haber despertado a Pakistán a altas horas de la noche, también un drama. Pero por darse el caso de que el helicóptero era un modelo desconocido hasta ahora —yep, un mítico helicóptero supersilencioso secreto que todavía nadie sabe qué animal es—, también una desgracia. Pero por no haberlo podido destruir por completo, sin que quedara otro resto que cuatro tornillos y chapas chamuscados, también una doble tragedia: tecnológica y política. En definitiva, un desastre. No solo hubo que cambiar de plan operativo sobre la marcha —incluyendo posiblemente la decisión en el último momento de preferir ejecutar a Bin Ladin que capturarlo—, sino que obligó a la Casa Blanca a improvisar una cobertura. A las fuerzas especiales se les había presentado un caso de fuerza mayor, y uno más grave a Obama y a Zardari, presidente de Pakistán.

La Casa Blanca, una vez destapada la operación, consultó con Islamabad si se podía mantener en secreto. Islamabad, dada la disparidad de lealtades existente en su ejército, en sus servicios de inteligencia, en su clase política y en su pueblo, no podía —ni quería— garantizar nada y por tanto obligó a Obama a salir a escena para su famoso comunicado. Lo de Bin Ladin era peccata minuta, y en verdad el triunfo que ha supuesto su eliminación palidece ante los triunfos que podrían haberse conseguido si, habiéndose desarrollado la operación en secreto, se le hubiera capturado vivo de acuerdo al plan original. Le habrían interrogado a fondo y habrían conseguido mucha más y mejor información que la que obtendrán del material informático incautado. Nos habrían mostrado vídeos y fotos de Bin Ladin apresado por soldados, como sucedió con Saddam Hussein, y todos sabríamos que era verdad que había sido capturado, aunque en algún momento posterior e impreciso se le aplicara la ley de fugas. Ahora ya nada de eso tenía importancia real.

En juego había algo mucho más trascendente: la tecnología secreta salida a la luz, valorada en miles de millones de dólares, y cuyo conocimiento sería recibido por ciertos países no necesariamente confiables —Rusia y sobre todo China— como maná caído del cielo que podría ahorrarles cuantiosas inversiones y, especialmente, años de pruebas y errores. Por eso las desinformaciones a cascoporro. En un segundo plano, el JSOC trata de oscurecer el modus operandi de sus comandos y la comunidad de inteligencia se esmera en despistar sobre la procedencia de la información decisiva. De ahí que hayan proliferado inconsistentes campañas informativas, contradictorias entre sí, para explicar cómo se localizó la granja de los 2 búfalos, la vaca y las 50 gallinas. Una elaborada psy-op a la que los medios, en su inconsciencia, se han sumado con deleitación porque les da materia para especular y dedos con los que acusar de torpeza a Obama.

Y pronto volverá a suceder, aunque esta vez tal vez con tecnología de nivel medio para evitar sofocos. Entre tanto bullicio reporteril, se pasa por alto que hay otras operaciones contraterroristas en marcha que buscan apresar o ejecutar —circunstancias dirán— a Ayman al Zawahiri, Annuar al Awlaki y otros capitostes de Al Qa’ida. Ahora mismo. En vivo y en directo. Agáchate y mira bajo la alfombra. Como anticipé en su día cuando todo el mundo estaba embriagado o impactado por la noticia principal, los comandos se incautaron de valiosa información y en ella han identificado indicios de sólida inteligencia que conducen a varios de los premios gordos.

Manel Gozalbo es director de Hispalibertas

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3 Comments en “Bin Ladin: fuerzas especiales y fuerzas mayores”

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  1. Angel - domingo, 8 de mayo de 2011 a las 19:50

    EEUU al ataque terrorista que todo el mundo vio y que se hizo responsable Bin Laden.Declaro la guerra al terrorismo,y entendieron que apartir de entonces nacio otro sistema nuevo de guerra.

    La muerte de Bin Laden entra entre este sistema de guerra nuevo y demuestra que los terroristas no estan seguros en ninguna parte de la tierra y este es el mensaje prencipal que pretende entienda todo el mundo.

    Podemos estar o no de acuerdo.La realidad es que Bin Laden ya es historia y los que sigan por el camino de este,les pasara lo mismo.Nuevo sistema de guerra,nuevos medios.

  2. Olé, desde Barcelona, España - domingo, 8 de mayo de 2011 a las 21:32

    Yo no hubiera matado a Bin Laden ( a persar de que nos ha jodido la foto a toda una generación de turistas a USA). Por lo tanto , yo lo hubiera puesto a realizar trabajos sociales, o sea, me lo hubiera llevado a la Ground Zero, y a trabajar de albañil, hasta que levantes las Twin Towers de nuevo. Y de mientras tanto, pués los turistas nos podemos hacer una foto que el ´bueno de Bin Laden´ levantando de nuevo las torres.

    Vayan por delante mis honores a SEALS, y a todos los militares de USA y a la British Army. Be the Best. We are red, white and blue and we are not going to run.

    I love USA and UK.

  3. Alwix - lunes, 9 de mayo de 2011 a las 00:52

    Doncs l’Angel té raó: el missatge és clar. D’això va la cosa.

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