Internacional
‘Ojalá progrese la rebelión belga de patatas fritas e internet contra la majadería nacionalista: sería una magnífica señal de reacción de la ciudadanía contra el avance del nacionalismo que tanto daño hace, siempre, a la democracia en las sociedades avanzadas’
[&hellip
Carlos Martínez Gorriarán, número dos de UPyD, en un apunte en su blog, este lunes:
‘[…] Bélgica es un Estado extraño, resultado de la ingeniería política y geoestratégica sobre un territorio martirizado por guerras inacabables desde el inicio de la edad moderna. Con dos lenguas principales yuxtapuestas –pues los belgas carecen, a diferencia de nosotros, de una verdadera lengua común-, la religión católica fue el cemento encargado de cohesionar un país “artificial” interpuesto entre poderosas potencias: Francia al sur, Alemania (antes Prusia) al este, Holanda al norte y muy cerca, al noroeste, Gran Bretaña. Uno de esos cruces de caminos estratégicos demasiado importantes para cederlos sin más a una potencia hegemónica, lo que condena a ese espacio a convertirse en un Estado neutral para todos. Esa fue también la causa de las inacabables y agotadoras guerras en las que se vio involucrada España: que los Países Bajos eran parte principal de la herencia de los Austrias desde Carlos I, y España no podía retirarse de Flandes –aquí eran más conocidos por ese nombre- sin renunciar a las ínfulas de superpotencia y paladín de la causa católica (e imperial romano-germánica).
Probablemente esa es la razón de fondo de que Bélgica, creada como Estado independiente, católico y neutral tras la revolución de 1830, no llegara nunca a cuajar del todo como país: que la razón estratégica no es capaz de crear naciones. Con dos comunidades lingüísticas tan diferentes, los flamencos del norte que hablan neerlandés y los valones meridionales que lo hacen en francés, la pérdida de importancia del conflicto religioso dejó al descubierto la insustancialidad del proyecto político una vez que el nacionalismo lingüístico se apoderó de la vida política de los belgas. En los últimos decenios, la política belga ha estado dominada por la obsesión por separar a flamencos de valones, acabando con cualquier institución común salvo la monarquía; incluso llegaron a dividir en dos la gran biblioteca de la famosa Universidad de Lovaina. Los “belgas” ya no tienen en común prácticamente otra cosa que un pasaporte y la capital virtual de Europa, la ciudad de Bruselas. ¿Les suena?: adelantándose a lo que aquí propugnan nacionalistas catalanes, vascos y gallegos y sus imitaciones, los respectivos partidos, tras dejar de ser belgas para alinearse como flamencos o valones, se han empeñado a fondo en volar puentes de todo tipo entre dos comunidades que viven de espaldas… salvo en Bruselas. Es aquí donde se ha recuperado la idea de una ciudadanía belga e irradiado a otras ciudades flamencas y valonas. El detonante de la reacción ha sido, a escala doméstica, el escándalo de los más de 250 días sin gobierno federal, y el catalizador internacional, citado expresamente por los promotores de la protesta, el ejemplo de las protestas democráticas árabes convocadas por jóvenes a través de internet.
La revuelta belga de las patatas fritas también es una protesta por la falta de democracia en Bélgica. Esto sorprenderá a quienes piensan que la democracia se reduce a la celebración de elecciones periódicas y al mantenimiento de ciertas formalidades públicas, y desde luego escandalizará a los nacionalistas, pero contra lo que protestan imaginativamente los estudiantes e internautas belgas es contra la destrucción de la ciudadanía operada por el avance de las reaccionarias políticas nacionalistas de la división artificial, el conflicto intercomunitario y la destrucción de la cultura común con la vista puesta en la supresión del Estado común. El mismo proceso que soportamos en España, sólo que mucho más avanzado.
[…] Ojalá progrese la rebelión belga de patatas fritas e internet contra la majadería nacionalista: sería una magnífica señal de reacción de la ciudadanía contra el avance del nacionalismo que tanto daño hace, siempre, a la democracia en las sociedades avanzadas. Porque, insistamos, lo que las chicas y chicos belgas, flamencos o valones, están diciendo al conjunto de la sociedad, es uno de los principios básicos de la democracia: sin ciudadanía no hay democracia, y quien destruye la comunidad política en nombre de la lengua o cualquier otra contingencia parecida no hace otra cosa que destruir la ciudadanía y, por tanto, destruye la democracia sobre la que jura en vano’.
I tant que fa mal. Que ens ho diguin als catalans, lo que arribem a patir el nacionalisme expansionista castellà/espanyol.
Me parece que plantear analogías entre Bélgica y España es como mezclar bacalaos y bicicletas. Más allá del fanatismo nacionalista que supedita la convivencia a la (presunta) identidad hipertrofiada, no hay ningún punto de coincidencia.
Quizá sea bueno que nos propongamos la resolución de nuestros problemas con nuestros propios criterios, de nación civilizada y democrática. Sin el papanatismo de esperar a ver qué se hace en el extranjero, que no tiene por qué ser una buena solución para nosotros.
El problema de los nacionalismos españoles es un problema de todos los españoles, y hemos de ser los ciudadanos los que obliguemos a los políticos a resolverlo, más allá de componendas circunstanciales para salir del paso.
Los nacionalismos españoles no existen. Sólo existen el catalán y el vasco, que son su problema porque ellos lo han creado y también el nuestro porque lo sufrimos..
El padre Feijóo y los regionalismos
Ya en el siglo XVIII veía Feijóo con claridad el problema universal de los particularismos: Su pensamiento sobre esta materia se refleja en el discurso X del Tomo III de su Teatro Crítico Universal. Veamos
El amor de la patria particular, en vez de ser útil a la república, le es por muchos capítulos nocivo: Ya porque induce alguna división en los ánimos que debieran estar recíprocamente unidos, para hacer más firme y constante la sociedad común; ya porque es un incentivo de guerras civiles y de revueltas contra el Soberado (…) A cara descubierta se entra en esta peste que llamamos paisanismo, a corromper intenciones, por otra parte muy buenas, en aquellos teatros, donde se hace distribución de empleos honoríficos o útiles”.
Observemos la plena actualidad y frescura del pensamiento de Feijoo acerca de lo que constituye el localismo exagerado, conducente al paisanismo, a la pretensión de obtener privilegios y prebendas, al enfrentamiento entre regiones hermanas y a trabajar contra la misma constitución de la unidad nacional, es decir, al separatismo
Ciudadano universal – Lunes, 21 de febrero de 2011 a las 20:50
En casi 26 años de profesión he vivido en cuatro comunidades autónomas, además de visitas más o menos largas a las demás. (Creo que la única que no conozco es Rioja, sólo pasé por allí). No son Cataluña ni País Vasco. Y me reitero en lo dicho.