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‘Las televisiones públicas no han sido nunca en España un servicio público. Con independencia de qué partido esté en el poder y al margen de cuantas triquiñuelas deontológicas hayan podido urdirse, en el marco legislativo y en el meramente profesional, para dar a esos medios dependientes de la Administración una apariencia de rigor e imparcialidad, el resultado es, en el mejor de los casos, un producto adocenado, a medio camino entre el boletín propagandístico y el artículo de feria’
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Xavier Pericay, profesor universitario, en un artículo publicado en Abc el 23 de junio de 2010.
‘[…] Así pues, este año, salvo recortes y desviaciones, la broma nos va a costar a los españoles la friolera de 1.862 millones. Sí, a los españoles, porque, más allá de la incidencia que vaya a tener el capítulo audiovisual en cada uno de los presupuestos autonómicos, más allá del dispendio que acabe haciendo cada gobierno en su propio patio, el problema —como todos los relacionados con el Estado de las Autonomías— no deja de ser, en el fondo, un problema común. Y como tal debe abordarse si queremos encontrarle una solución. Las televisiones públicas no han sido nunca en España un servicio público. Con independencia de qué partido esté en el poder y al margen de cuantas triquiñuelas deontológicas hayan podido urdirse, en el marco legislativo y en el meramente profesional, para dar a esos medios dependientes de la Administración una apariencia de rigor e imparcialidad, el resultado es, en el mejor de los casos, un producto adocenado, a medio camino entre el boletín propagandístico y el artículo de feria. O sea, un producto, además de caro, perfectamente prescindible.
Cuando no pernicioso. Porque en aquellas zonas donde gobierna el nacionalismo, o donde, si no gobierna, lo ha hecho como mínimo durante un tiempo; esto es, allí donde, aparte del castellano, se habla con mayor o menor fortuna otra lengua, a la que se concede, por contraposición a la común y sin tener para nada en cuenta los derechos ciudadanos, la categoría de propia del territorio; allí, digo, la televisión autonómica es un instrumento mucho más nocivo, si cabe. No solo reúne las características ya descritas, sino que, encima, las reviste de un barniz groseramente herderiano. Basta con haber visto, de tarde en tarde, algún programa de esas cadenas para convencerse de ello. O con recordar lo que el borrador del todavía nonato libro de estilo de la catalana CCMA, sucesora de la CCRTV, consideraba como una de las principales contribuciones de TV3 y demás medios bajo su tutela: la de “preservar la identidad nacional de Cataluña”. Nada más y —sobre todo— nada menos’.
Verdades como puños. Y digo yo, si todo el mundo lo sabe, ¿Por qué permitimos que ocurra? (esto y muchas otras cosas más). Parece que 30 años de “democracia” nos ha hecho más tontos y más apáticos.
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