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‘Al igual que Juan José Ibarretxe, Montilla ha terminado por creer que encarna los intereses de Catalunya y que está ungido para defenderlos’
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Carlos Carnicero, periodista, el 22 de julio de 2008 en El Periódico:
‘Los nacionalismos -no importa las dimensiones que determinen la patria donde se aplican- tienen factores precisos de definición. El primero es la confusión del partido con la patria. Un partido nacionalista define la patria como una prolongación de sí mismo. Se convierte en intérprete de sus intereses. En segundo lugar, el amor. El nacionalista ama su patria porque la posee. Y el amor desbordado, para que sea completo, tiene que ser exclusivo y excluyente. El nacionalista solo entiende el amor a la patria desde los parámetros que él mismo establece. Los demás terminarán siendo traidores. No hay matices. José Montilla nos acaba de decir que quiere a José Luis Rodríguez Zapatero, pero que ama mucho más a Catalunya. Emocionante. La política transmutada en afectos y pasiones. Nacionalismo. La razón no cuenta; los intereses se camuflan en emociones.
Defender Catalunya como objetivo máximo y prioritario de un partido es un problema porque el corolario es que la interpretación que se hace de Catalunya para poderla defender es unívoca y excluyente. A partir de ahí, establecida la forma en la que se tiene que querer a la nación, los que tengan una interpretación distinta y contradictoria dejan de ser patriotas. Buenos catalanes, malos catalanes… El nacionalista tiene la fórmula exclusiva de interpretación de la nación convertida en patria.
Alcanzar la Generalitat después de tantos años de oposición tiene que promover daños colaterales. Gobernar para desarrollar un Estatuto junto con quien lo combatió tiene que promover efectos secundarios. Al igual que Juan José Ibarretxe, Montilla ha terminado por creer que encarna los intereses de Catalunya y que está ungido para defenderlos. Pero solo se defiende de forma rotunda lo concreto, lo definido. Y una nacionalidad, región o nación siempre es un hecho subjetivo. José Montilla ama a Catalunya más que al presidente del Gobierno. Una ecuación imposible. Del presidente de una institución no hay que esperar cariños, sino aciertos y cumplimientos. Si la política se convierte en amor, los ciudadanos dejaremos de serlo para ser simples amantes’.
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