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‘[El manifiesto por la lengua común] está hecho con tanta mala baba y a la vez con tanto cuidado que se apuntan desde intelectuales hasta sabiondos que consumimos y admiramos porque lo somos todo menos cerrados’
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Francesc Cruanyes, director de 59 segons, el 29 de junio de 2008 en Diari de Girona:
‘No somos una nación. Somos una excrecencia geográfica, un tumor maligno, un excremento que no ensucia sino que da gusto pisar. Somos una rareza antropológica, el divertimento de la españolidad excluyente y profunda. Somos el gran premio de la Eurocopa. Tira al catalán, que siempre toca y amén. Esto del manifiesto por la lengua común no es cosa de cuatro chavales indocumentados. Está hecho con tanta mala baba y a la vez con tanto cuidado que se apuntan desde intelectuales hasta sabiondos que consumimos y admiramos porque lo somos todo menos cerrados. Entonces, nos apuntan con una pistola y los hay que piensan que es un dedo. Si alguno de los firmantes opina que el castellano peligra más vale que cerremos el chiringuito y nos pongamos un embudo en la cabeza. La inflamación ibérica que niega cualquier sentimiento autónomo de catalanidad estos días está que flipa. La selección, claro. Y tantos que querrían que ganase España porque nos toca más cerca que Rusia o Alemania. Pero cuando ves a los carapintadas y los cojones del Osborne te entra miedo de golpe. Y por si no había bastante, la emisora de satanás mantiene en nómina un terrorista que se permite llamar “gilipollas” a todo unos señores presidentes de formaciones democráticas que están donde están porque unos cuantos miles de demócratas les han votado.
Mientras tanto, aquí, a base de denunciarnos la costra inocente, castigamos sin patio a la primera voz que a las 7 y a las 8 dice “¡buenos días, vamos allá!”. Mira por dónde, el problema es editorializar sin estar casado con ningún partido. Proclamar “¡catalanes, Cataluña!” es pecado. La moda es cantar “a por ellos, oé” o, peor, “podemos”. Y tanto, que pueden. Siempre han podido porque somos un país de traidores y cagados. O no. Tal vez, simplemente, aspiramos a ser normales, y en ausencia de un Estado, de una academia real, de una selección, nos aferramos a los posos de la dependencia como mal menor. Pero cuidado: toda la vida nos lo han pagado insultándonos’.
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