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‘Hay que dejar claro que el final del terrorismo y de la imposición nacionalista debe culminar en menos nacionalismo, no en más y más obligatorio que antes’
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Fernando Savater, filósofo, el 28 de mayo de 2008 en El País:
‘Pero en España, la “tenaza” que aprisiona a los pragmáticos tiene una uña más que la de Irti: el nacionalismo. Y bajo su apretón los socialistas han mostrado y demuestran una inconsistencia preocupante. Proclaman constantemente su respeto a la Constitución y eso está muy bien: pero la Constitución (que desde luego puede y creo que debe modificarse en algunos aspectos) no es un proyecto político, sino el marco a que deben atenerse todos. Dentro de ella caben los excelentes, los regulares y también los peores. Lo cual resulta evidente en ciertos asuntos de importancia para el futuro, como el estatuto educativo y cívico de la lengua castellana. Que existen cada vez más dificultades para cursar estudios en castellano en varias autonomías puede parecer justo y benéfico, como le resulta al profesor Albert Branchadell (vid. Una política lingüística de Estado, EL PAÍS, 16-mayo-08), o mal, como me parece a mí, pero en ningún caso puede simplemente negarse atribuyéndolo a neurosis del PP como hacen los caraduras, algún senador del PSOE… y en cierto modo el propio presidente Zapatero en su respuesta a Rosa Díez en la sesión de investidura. Ya es hora de no limitarse a esconder la cabeza bajo el ala o ponerse grandilocuente sobre el tema, sino que es preciso un proyecto definido (incluso aunque requiera una revisión constitucional) para que no se desbarate uno de los elementos fundamentales de la unidad política del país.
Y lo mismo respecto a la respuesta que cabe dar ante el radicalismo del nacionalismo vasco. Afortunadamente la actitud del Gobierno frente al entorno político del nacionalismo ha variado radicalmente (no dejan de ser graciosos los esfuerzos de los cuentistas progubernamentales, más papistas que Su Santidad, tratando de convencernos aún de que la culpa de lo que se hizo mal en la legislatura pasada la tuvo el obstruccionismo del PP) pero falta quizá explicitar una consideración de conjunto sobre el después de ETA.
Veamos: durante siglos, la Iglesia persiguió a los librepensadores e impuso a sangre y fuego normas y dogmas; esta intransigencia se vio forzada a remitir no cuando todo el mundo se hizo auténticamente católico sino cuando disminuyó el peso social de la religión que pasó a convertirse, de obligación de todos, en devoción privada de unos cuantos. Y la dictadura comunista cesó en muchos países no gracias a que todo el mundo se hiciera buen comunista sino a que la mayoría dejó de serlo.
Pues bien, hay que dejar claro que el final del terrorismo y de la imposición nacionalista debe culminar en menos nacionalismo, no en más y más obligatorio que antes. Sería bueno que en lugar de seguir prometiendo a los nacionalistas más autogobierno y más construcción de nacionalidad, aunque sea dentro de la Constitución, se les empezara a indicar -a ellos y sobre todo al resto de los ciudadanos- esa elemental verdad futura’.
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