Carod anunció en Senegal la creación de un consulado que ya existía, en Israel hizo el payaso con una corona de espinas y aprovechó que el entonces presidente, Pasqual Maragall, se ausentó unos días de Cataluña para viajar de incógnito a Perpiñán y entrevistarse con ETA. No son sus únicas calamidades, pero sí las más notables. Su única motivación es la vanidad. Este yo pequeño que nos llena el corazón pero que nos vacía el alma. Carod es uno que vino a marcharse entre aplausos, y se va a ir arrastrándose. Repudiado por su propio partido y habiendo defraudado cada esperanza que en él depositó su electorado.
Lo de abrir embajadas por el mundo es puro exhibicionismo. En la primera, la francesa, colocó a su hermano Apeles, sin que acreditara ninguna capacitación especial para el cargo y ante la total oposición de su partido, que nada pudo hacer por detenerle.
A partir de ahí, todo ha venido siendo lo mismo: la gran estafa de formar en Cataluña un Gobierno de mediocres e incapaces, para hacerse el estadista cosmopolita, cuando lo único que realmente hace es turismo con dinero público. Ni Cataluña está más ni mejor representada en el mundo, ni estas supuestas embajadas tienen utilidad práctica ninguna, ni el mismo Carod se las toma en serio más allá del provecho personal, como lo prueba el hecho de que en Senegal fue capaz de anunciar con total frivolidad la creación de una oficina que ya existía.
Sin ir más lejos, el presidente Pujol nunca tuvo que recurrir a organizar ningún circo de embajadas inútiles para hacerse notar, pero ofrecía cada enero una cena a todos los cónsules de Barcelona, se sabía sus nombres de memoria y, en Europa, Cataluña era respetada por el prestigio de su presidente, y sin cargo alguno a los catalanes. Ahora, con Carod, hacer el ridículo nos sale muy caro.
Todo en él es narcisismo y nada más. Un narcisismo que no tiene parangón y que, más temprano que tarde, a los que le hemos conocido, nos ha acabado dejando helados. Un día, por casualidad, antes de las elecciones de 2003, tras las que fundó el primer tripartito con los socialistas y los comunistas, coincidimos en un restaurante de Barcelona. Yo escribía entonces en el diario Avui y algunas veces me había referido a él en términos elogiosos. Luego todo cambió, claro.
Vino, pues, a mi mesa a saludar, yo almorzaba con mi madre y también se saludaron. Me pidió mi número de teléfono para hablar conmigo aquella misma tarde y, como me había olvidado el móvil en casa, le di el número de mi madre para que me pudiera encontrar. Llamó y hablamos, aunque no recuerdo en absoluto de qué. Al cabo de pocos días, le entrevistaron en TV3. Yo estaba cenando en casa de mis padres, lógicamente sin tener encendida la tele, y cuál fue la sorpresa familiar cuando cerca de medianoche el móvil de mi madre sonó y era Carod, casado y padre de familia, haciéndose el coqueto, preguntándole si le había visto en la tele, si le parecía que había quedado bien y si quería que la pasara a buscar para ir a tomar una copa y comentarlo con más tranquilidad.
Si le entró a la madre de un articulista que podría contarlo, ¿qué no habrá intentado con su jefa de prensa o con su secretaria? Hay pocos casos en el mundo como el de Carod: por lo menos yo, jamás he conocido a nadie que tenga un concepto tan alto de si mismo y con tan pocos motivos.
Después de lo de Perpiñán, hablamos algunas veces. Él realmente llegó a creerse que esa entrevista marcaría el principio del fin de ETA. Creía que su llegada al poder marcaría un antes y un después en la política, ya no sólo catalana, sino también en la española. A pesar de lo que se ha contado, la entrevista con los etarras no la planteó para conseguir sólo la tregua en Cataluña, sino en toda España, y tenía previsto verse con Zapatero para comunicarle sus progresos con los etarras y ejercer de intermediario. Aunque les resulte difícil, créanme: éste era su propósito y ésta su estrategia y cuando, como era previsible, nada salió como él lo había delirado, tuvo un enorme disgusto.
Hay gente que, cuando actúa, no piensa en los límites de su capacidad, ni en la mínima prudencia que asegura la supervivencia, ni en cuál es exactamente su lugar en el mundo. Hay gente que, cuando actúa, sólo piensa en estadios abarrotados con la muchedumbre ovacionándole sin poder contener las lágrimas de emoción pura. Así es Carod, tan vaporoso e inconsistente como patético. Cuando cuenta los detalles de la entrevista, siempre te dice lo mismo: «Lo más importante, si algún día vas a entrevistarte con ellos, es que, sobre todo, quedes a mediodía y que te inviten a comer. Hacen un ternasco buenísimo».